Pues bien, ya estamos en el 2020, año que cierra una década en su conjunto bastante desesperanzadora en cuestiones socio-ambientales. De hecho, algunos de los parámetros ambientales mejoraron en los países occidentales por efecto de la larga crisis sufrida. Como siempre, estamos en época de buenos propósitos, también a la hora de plantearse y, sobre todo, de cumplir ciertos objetivos ambientales básicos durante este año. La Unión Europea los propuso hace ya casi una década bajo la etiqueta de “objetivos 20/20/20”, o de “los cinco veintes”:

– 20% de reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero (en relación con los niveles de 1990),

– 20% de energías renovables en la UE,

– 20% de mejora de la eficiencia energética.

Estos y otros objetivos necesarios para discurrir en serio por el camino de la sostenibilidad se encuentran amenazados por la reticencia de muchos países a la hora de dar pasos ambiciosos para propiciar su cumplimiento. En todo caso, sabemos de sobra que las medidas tecnológicas no bastan por sí solas para resolver la crisis ecosocial. Mientras continúen aumentando las desigualdades y la exclusión social, la asunción de más responsabilidades ambientales por parte de la ciudadanía se encontrará en la cuerda floja, como sucedió por ejemplo con las protestas de los “chalecos amarillos” en Francia. También en España y en otros países está habiendo ya cada vez más personas con dificultades para acceder a ciertas zonas urbanas en sus vehículos. Carecen de medios para adquirir modelos que tengan derecho a portar distintivos ambientales más “ecológicos”, inaccesibles para los viejos automóviles que conducen. Mientras esperamos a que se replantee toda la estrategia de la movilidad y del transporte, el hecho de que las autoridades exijan compromisos ambientales a los ciudadanos en ocasiones se encuentra cerca de convertirse en una burla de mal gusto.