Las noticias sobre una Amazonia en llamas no son, lamentablemente, nada nuevo. Sin embargo, este año (2019) se baten los récords de número de focos activos. Cualquiera sabe hoy en día que la deforestación es uno de los principales problemas del Antropoceno, tanto por la destrucción de hábitats y especies como por sus efectos en el clima.  El cruce de acusaciones sobre la responsabilidad de los incendios es, aunque rayano en lo patético, también instructivo. Unos acusan del desastre a la inefectividad (y hasta complicidad) del actual gobierno brasileño, mientras que éste se defiende achacando los incendios a oscuros intereses extranjeros de las ONGs presentes en la zona. Otros, en fin, quieren recordar que se trata de una práctica habitual, repetida de año en año, asociada a la misma actividad de deforestación, o que ya gobiernos anteriores incitaron fuertemente la sustitución de árboles por cosechas para obtener biocombustibles. Como sucede con tantas otras tragedias actuales, los incendios de la cuenca del río Amazonas nos muestran que en estos asuntos no hay nada puramente ecológico o puramente socio-político, sino una enmarañada trama de ambos. Esta trama dificulta enormemente una prudente toma de decisiones y continúa abocando al planeta a un Antropoceno malo.