Tecnologías del Antropoceno

En el Antropoceno desempeñan un papel destacado, desde hace siglos, toda clase de tecnologías. Sin embargo, resultan especialmente significativas las nuevas tecnologías o “tecnologías emergentes”: tecnologías digitales, nanotecnología, robótica, inteligencia artificial, biología sintética, etc. Estas tecnologías, o quizás mejor, “tecnociencias”, añaden una increíble complejidad a las sociedades modernas y sus interacciones con el entorno natural. Ortega y Gasset afirmó hace ya muchas décadas que el ser humano no vive en la naturaleza, sino que estaría alojado “en la sobrenaturaleza que ha creado, en un nuevo día del génesis, la técnica”[1]. Pues bien, esta “sobrenaturaleza”, nuevo entorno o ambiente creado por la tecnología no ha hecho sino crecer y tornarse prácticamente ubicuo desde entonces. La preponderancia de la esfera tecnológica no es sólo de índole física, como atestiguan los medios urbanos en los que vive ya más de la mitad de la población mundial, sin apenas cruzarse con un ser vivo de otra especie (acaso alguna planta); sin disfrutar de un cielo despejado en el que poder contemplar las estrellas por culpa de la contaminación atmosférica o de la lumínica. Las tecnologías de la información y de la comunicación han propiciado la tan traída y llevada sociedad digital. Lo verdaderamente preocupante es la invisibilidad de buena parte del medio tecnológico en el que nos desenvolvemos. Nuestra vida depende de una infinidad de dispositivos y sistemas de los que apenas somos conscientes, o lo somos únicamente cuando por alguna razón (como por ejemplo una avería) nos percatamos de la enorme dependencia que tenemos de ellos. Un reputado filósofo de la tecnología, Langdon Winner, ya nos advirtió hace mucho de esto cuando afirmó que somos “sonámbulos tecnológicos”[2]. Hasta recientemente la invisibilidad era debida sobre todo a un hábito de uso inconsciente de la tecnología, al estar acostumbrados a hallarnos rodeados de ella. Pero cada vez más habrá que tomarla en un sentido literal, a medida que los enjambres de diminutos dispositivos, como los nanosensores, vayan extendiéndose por hogares, lugares de trabajo y espacios públicos, al igual que lo hicieron antes las cámaras de vigilancia. Cuando pulsamos una tecla del móvil, de la tablet o del portátil no somos por lo general conscientes del enorme sistema tecnológico que está ahí “detrás” sin ser visto: desde los grandes centros de datos llenos de servidores que almacenan y gestionan nuestros datos –lo que llamamos “la nube” es algo en realidad muy sólido– hasta el sistema de satélites mediante el que se realizan las comunicaciones.

¿Cómo nos relacionamos con esta tecnología en progreso constante? Ya en el siglo XIX surgieron voces que alertaban sobre el peligro de alienación, es decir, la pérdida de identidad y de deshumanización de los individuos a causa del creciente poder de las máquinas y del alejamiento de la naturaleza. Principalmente fueron los románticos y sus herederos quienes cuestionaron el acentuado materialismo científico, tecnológico e ideológico del siglo en favor de una relación más armónica con la naturaleza. En Alemania, la base teórica la proporcionó el idealismo de Friedrich Schelling, junto a otros autores en la misma línea filosófica (sin olvidarnos de la formidable influencia internacional que ejerció la obra de Alexander von Humboldt[3]). En Inglaterra los poetas de los lagos (con William Wordsworth a la cabeza) oponían la comunión con la naturaleza a los valores puramente positivistas e instrumentales. En Francia, el precursor más prominente de un cierto “ecologismo romántico” fue Jean Jacques Rousseau. En Estados Unidos sobresalen las figuras de Ralph Waldo Emerson, Henry David Thoreau, George Perkins Marsh y John Muir.

Para los pensadores marxistas el verdadero problema no lo planteaban las máquinas, sino la propiedad de los medios de producción. Una vez pasaran de ser propiedad de los burgueses a manos del proletariado, la alienación, junto con la explotación, desaparecerían para dar paso al paraíso socialista en la Tierra. En el siglo XX una legión de pensadores, marxistas y no marxistas, desarrollaron una visión muy pesimista de la relación de los seres humanos con la tecnología, donde el margen de acción de los primeros se reducía a medida que aumentaba el de la segunda[4]. Más recientemente, el filósofo de origen surcoreano Byung-Chul Han ha denunciado los abusos de unas exigencias de rendimiento económico que ocasionarían una variedad de patologías típicas de la “sociedad del cansancio”. Asistiríamos a la proliferación de enfermedades neuronales como la depresión, el trastorno de déficit de atención con hiperactividad, el síndrome de desgaste ocupacional, entre otras. El individuo se convierte en un sujeto de “autoexplotación”, presa de un cansancio infinito[5]. La supuesta libertad de los individuos de hoy en día termina rebelándose como un sutil entramado de dominación, una jaula cuyos barrotes son la reinvención continua, el rendimiento y la optimización, y el fracaso la amenaza omnipresente. De la biopolítica descrita por Michel Foucault, del control de la sociedad sobre los individuos a través del cuerpo, habríamos pasado según Han a la “psicopolítica” y más en concreto, a la época de la psicopolítica digital promovida por el régimen neoliberal de dominación[6]. Las tecnologías digitales nos obnubilan: modifican nuestra conducta, percepción, pensamiento y convivencia. No somos conscientes de las consecuencias de la embriaguez que nos produce el nuevo medio digital. Para Han la nueva masa es el “enjambre digital”[7].  Pero no es una masa como anteriormente se constituía, ya que solo consta de individuos aislados, que carecen de la intimidad de la congregación y que por tanto no desarrollan ningún “nosotros”.

No hay duda de que la “revolución digital” o la “cuarta revolución industrial”, con la automatización y robotización en profundidad de los procesos productivos y de los trabajos hasta ahora desempeñados por personas, plantean una serie de graves interrogantes sobre sus efectos en la economía, la política, las relaciones sociales y otros aspectos de la existencia humana. Los expertos reflexionan sobre escenarios futuros en los que las tecnologías digitales permitan un alarmante aumento de los ciberataques y de la ciberdelincuencia, así como del uso ilegítimo del Big Data, esto es, de la acumulación masiva de datos y su exhaustivo análisis a fin de dar con preferencias o pautas de comportamiento relevantes de los individuos, tanto en su faceta de ciudadanos como de consumidores. Tampoco cabe olvidar en modo alguno los ataques terroristas, bien usando alta tecnología o bien medios tan chapuceros como mortalmente efectivos. No obstante, los mayores riesgos de que se produzca una catástrofe global atribuible a la tecnología provienen sobre todo del eventual empleo de armas de destrucción masiva, incluidas las nucleares, químicas, biológicas y, en un futuro cercano, nanotecnológicas.

Mención aparte merece la geoingeniería o ingeniería del clima (o climática).

Notas

[1] Lo dice al comienzo de Meditación de la técnica, en Obras completas, Tomo V, Fundación José Ortega y Gasset-Taurus, Madrid, 2004-2010.

[2] Langdon Winner, La ballena y el reactor: Una búsqueda de los límites en la era de la alta tecnología, Gedisa, Barcelona, 1987 (ed. orig. 1986), caps. 1 y 10.

[3] Véase al respecto la excelente monografía de Andrea Wulf, La invención de la naturaleza: El nuevo mundo de Alexander von Humboldt, Taurus, Barcelona, 2017 (ed. orig. 2015).

[4] Véase por ejemplo el libro de Carl Mitcham, Thinking Through Technology: The Path Between Engineering and Philosophy, The University of Chicago Press, Chicago, 1994, primera parte, capítulo 2; o la edición de José Manuel de Cózar, Tecnología, civilización y barbarie, Anthropos, Barcelona, 2002, especialmente el cap. 1. Entre los herederos críticos del marxismo hay que mencionar los pertenecientes a la denominada “Escuela de Frankfurt”.

[5] Byung-Chul Han, La sociedad del cansancio, Herder, Barcelona, 2012.

[6] Byung-Chul Han, Psicopolítica: Neoliberalismo y nuevas técnicas de poder, Herder, Barcelona, 2014.

[7] Byung-Chul Han, En el enjambre, Herder, Barcelona, 2014.