Arte del Antropoceno, arte para el Antropoceno

¿Puede existir un arte del Antropoceno? De ser así, ¿sería un arte que, surgiendo en el Antropoceno, es inevitablemente modelado por la época, o, ante todo, constituiría una herramienta diseñada para comprender, comunicar e incluso enfrentar la nueva condición antropocénica?

Al parecer, lo artístico se ha topado con lo geológico; el arte se ha encontrado con el Antropoceno. ¿Qué significa esto en realidad? En los últimos años, en todo el mundo, crece el número de exposiciones, sitios web y libros, de pinturas, esculturas, vídeos, instalaciones, performances, intervenciones, fotografías, plataformas on-line y todo género de manifestaciones artísticas que incorporan en su título (o en el texto con la descripción oficial, de forma notoria) el término “Antropoceno” –“Anthropocene”, si es en inglés–. En algunos casos puede deberse al socorrido empleo de una etiqueta de moda con la expectativa de obtener mayor repercusión pública, vale decir: mediática. Dada la extensión de lo aludido por el término, cualquiera puede recurrir a él a la hora de preparar una exposición o de editar una impactante publicación con obras e imágenes de lo más variopinto. Basta con que aquello que proponga tenga que ver, aun vagamente, con lo ambiental. Por tal motivo dichas producciones artísticas incorporan con frecuencia escenas llenas de una sombría espectacularidad, representaciones cuidadosamente seleccionadas con el fin de evidenciar el cambio que está produciéndose hasta en los últimos rincones del orbe: desde una selva tropical esquilmada día tras día a la cuenca minera del viejo mundo que se resiste a ser abandonada; desde el terreno donde se produce la lucha mortal de guardias contra cazadores furtivos hasta la mansión del millonario que exhibe los ornamentados colmillos de elefantes masacrados en otro continente; desde las inhóspitas megaurbes a la igualmente inhóspita Antártida; desde los altos estratos atmosféricos a las simas de los océanos. Aunque solo fuera porque pueden incidir favorablemente en la conciencia ambiental del público, tales iniciativas no merecen ser objeto de nuestra reprobación. Que lo que antes constituía una denuncia artística del cambio climático y de la degradación ambiental se incorpore hoy al concepto más abarcador del Antropoceno.

Con todo, es posible ser más ambiciosos a la hora de plantear un arte del Antropoceno. Cabe imaginar un arte que vaya más allá (que ya es mucho) de la queja que suscita la inmoral situación ecosocial por la que atraviesa el planeta, con toda la humanidad dentro. Ese arte puede servir para explorar el Antropoceno, sus significados nada evidentes, sus irradiaciones y zonas oscuras. Es un arte que ha de poseer el poder de interpretar en términos concretos un concepto que resulta tan abstracto, de localizar lo a la fuerza globalizado, de narrar a escala humana lo que se resiste a ser narrado, de conectar el momento presente con un futuro de eones, de visibilizar lo que continúa siendo invisible para multitudes. Repasemos unos pocos ejemplos.

Ya en 2011, en Ushuaia (Argentina), tuvo lugar la” tercera edición de la Bienal del Fin del Mundo”, que se proponía vincular el arte contemporáneo con el medio ambiente bajo el lema “Antropoceno”. En octubre de 2017 se inauguró en Barcelona (CCCB) una exposición de parecido título, «Después del fin del mundo». Sin embargo, lo que allí denotaba lejanía geográfica aquí apuntaba a una lejanía ante todo temporal. Aunque esta exposición no contenía en su título el término “Antropoceno” en la descripción sobre la misma se hace referencia inequívoca al concepto: nuestro planeta se habría transformado irreversiblemente en el “planeta Antropoceno”. La exposición buscaba, entre otros objetivos, explorar la llegada al mundo de la segunda mitad del siglo XXI y la responsabilidad de nuestra sociedad para con las generaciones que nacerán y crecerán en dicho mundo.

«Después del fin del mundo» estaba integrada por “ocho instalaciones inmersivas en la sala de exposiciones, así como de una base de experimentación y acción participativa en el espacio público de la ciudad de Barcelona”. Incluía además el diseño y despliegue de un “Ministerio del Futuro” para pensar la política del muy largo plazo.

Por su parte, en 2018, el fotógrafo español Eduardo Cortils recogió 30 de sus fotografías bajo el título “Antropoceno. Arte y Biodiversidad en Escenarios Periurbanos”. La obra fotográfica fue realizada en espacios periurbanos, es decir, aquellos territorios confusamente limítrofes entre lo rural y lo urbano. Es una suerte de tierra de nadie (¿tierra de todos?) donde conviven las especies naturales y los seres humanos, en ocasiones de manera armónica y otras en tenso equilibrio. Este proyecto artístico ya ha recorrido varias ciudades españolas. Entre sus objetivos seleccionemos algunos que resuenan con un tono inequívocamente antropocénico:

– Mostrar la convivencia de fauna y personas en un contexto periurbano, poniendo en valor los patrimonios social y natural, la biodiversidad.

– Mejorar la relación entre aves, personas y espacios humanizados-naturalizados.

– Acercar entre sí los entornos rural, medioambiental y urbano.

– Crear un diálogo entre el ámbito del arte, la sociedad y el ámbito medioambiental

– Ligar la temática socio-ambiental al ámbito de acción artística.

En Francia, durante el mes de octubre de 2015, se organizó un coloquio y exposición con el título “The Anthropocene Monument”. La excusa de diseñar un monumento para el Antropoceno llevó a reunir a un conjunto de pensadores y artistas para debatir sobre el significado de esta nueva época. La exposición fue comisariada por Bruno Latour y Bronislaw Szerszynski, quienes también organizaron el coloquio, teniendo ambas actividades lugar en Les Abattoirs, Toulouse.

Más recientemente (en 2018), desde Canadá, the Anthropocene Project se presentaba como un trabajo multidisciplinar que combina el arte plástico, el cine, la realidad aumentada y la virtual, junto con la investigación científica, con la finalidad de estudiar la influencia humana en el estado, dinámica y futuro de la Tierra. Como uno de sus resultados más destacables, el proyecto lanzó el dramático documental “Anthropocene: the Human Epoch”, realizado por Jennifer Baichwal, Nicholas de Pencier y Edward Burtynsky.

Y, por supuesto, hay que citar forzosamente el ambicioso enfoque transdisciplinar del HKW (Haus der Kulturen der Welt o “casa de las culturas del mundo”, institución con sede en Berlín). Desde 2013 varios proyectos agrupan bajo sus rótulos una serie de eventos entre el mundo académico y la sociedad civil, como talleres, exposiciones, excursiones, conferencias y publicaciones con un sugestivo componente artístico. Con los proyectos apoyados por la HKW se ha promovido la producción de conocimientos, experiencias educativas y nuevos métodos de mediación que permitan encarar los interrogantes antropocénicos.

Como indica Jamie Lorimer en su artículo “The Anthropo-scene: A guide for the perplexed”, han ido emergiendo las cavilaciones artísticas en torno al supuesto “fin de la naturaleza” por causa de la acción humana, así como el gusto por una cierta “estética geológica” (o “geopoética”). Es una atracción que se manifiesta, por ejemplo, en el retorno de la popularidad de los fósiles presentes y en las elucubraciones sobre los fósiles futuros, las excavaciones urbanas y las imágenes (a menudo vistas aéreas) de paisajes alterados. Además, se reconoce y valora académicamente el arte indígena pasado y presente, lo que se vincula frecuentemente con el fin del proceso de descolonización frente a hipotéticas dimensiones colonizadoras antropocénicas. Añadiría que los espacios híbridos, además de toda suerte de “hibridaciones” de lo natural y lo artificial, lo humano y lo no humano, han ido cobrando un notable protagonismo en la reflexiones y prácticas académicas y artísticas.

Junto con otros ejemplos que pudieran ser traídos aquí (como sucede con ciertas obras impresas o filmadas de ciencia ficción), quizás lo más interesante de estas propuestas lo constituya la combinación de los elementos “estrictamente” artísticos con el compromiso y el activismo ambientales de un modo muy elaborado. Pueden ir conformando el nuevo “artivismo” del Antropoceno. En muchos de los proyectos artísticos sobre este tema los dilemas éticos son puestos de manifiesto, así como las desesperantes carencias de la acción política; incluso se indaga cuidadosamente sobre los límites epistemológicos que dificultan la comprensión de los problemas ecosociales actuales.

A partir de la descripción ofrecida por Heather Davis y Etienne Turpin (véase referencia al final de este artículo), veamos algunos aspectos destacables de estos enfoques artísticos:

– El examen de la transformación estética, en el sentido de sensorial, que nos está afectando a todos y de una manera tan rápida. Nuestro sistema perceptivo se estaría “des-sensiblizando” del entorno, se estaría “anestesiando” por la cantidad y velocidad de los cambios. Se corre el riesgo de que el “shock” del Antropoceno, que puede reflejarse tanto en fotografías de la destrucción como en bellos atardeceres producidos por la acumulación de partículas artificiales en la atmósfera, vaya convirtiéndose en algo tan familiar que acabe pasando desapercibido. A ello se une el refugio buscado en nuestras pantallas (luminosos, oscuras) de una miríada de aparatos y gadgets. El arte puede servir para poner un cierto orden en ese caos perceptual, dirigiendo nuestra atención hacia demandas ecosociales tan inaplazables como el movimiento de los refugiados climáticos.

– El tiempo es un elemento central en la conceptualización del Antropoceno. Nos fuerza a considerar una temporalidad biológica y geológica en un mundo que se mueve dentro de un presente estrecho. El arte ayuda a imaginar la forma en la que el tiempo se inscribe en nuestros cuerpos, así como las diversas formas en las que pasa en nosotros y “a través de” nosotros. Un problema evidente en este punto es la dificultad del sensorio humano para acceder a otros tipos de duración temporal fuera de los instantes y años en los que se desenvuelve la existencia humana.

– El reconocimiento de los humanos como una especie debe abrirnos a las formas de vida de otras especies, al distintivo ambiente de cada organismo (Umwelt de acuerdo con la palabra alemana propuesta por Jacob von Uexküll). El arte puede presentarnos, por decirlo así, el “punto de vista” o la “forma de vida” de otros seres vivientes, mejorando de paso nuestra comprensión sobre las interconexiones que tenemos con ellos.

– El arte ha ido desplazándose desde estudios, museos y galerías hacia el “exterior” representado por los espacios urbanos e incluso por el territorio periurbano y rural y por los vertederos. A medida que lo ha ido haciendo, ha ido aumentando asimismo su sensibilización y compromiso hacia los conflictos de la política a pie de calle. Más en general, el arte examina y cuestiona la lógica espacial heredada de la Modernidad, proponiendo nuevas configuraciones espaciales. El mismo Antropoceno constituye en su concepción y realidad un terreno en disputa.

– Lejos de la tradicional reivindicación de su autonomía, la actividad artística contemporánea en el Antropoceno se halla en una precaria situación que se manifiesta bajo la forma de innumerables presiones sociales, dinámicas económicas, innovaciones técnicas y transformaciones geopolíticas. Forma parte, y se encuentra en medio, de una multitud de “ensamblajes” de elementos heterogéneos, de “hibridaciones” que pueden llegar a ser muy cuestionables, como sucede con el resto de la realidad antropocénica.

– El arte tiene a su disposición en la actualidad una panoplia de sofisticadas tecnologías, como son las imágenes obtenidas por satélite, los dispositivos con GPS y el software de sistemas geográficos de información (GIS software). Estas tecnologías resultan de enorme utilidad para la ciencia del Antropoceno. También la producción artística se beneficia de ellas. Sin embargo, ese beneficio no resulta ni mucho menos gratuito. La transferencia tecnológica tiene un “precio”, que se concreta en la dependencia de una poderosa dinámica comercial. También hay que ser conscientes de las implicaciones de todo tipo que puedan tener los usos civiles de una infraestructura de origen militar.

– Es más que evidente la relevancia de los números para la descripción de los fenómenos antropocénicos. Son cantidades referidas a población humana, a pérdida de biodiversidad, tasas de extinción, emisiones de gases de efecto invernadero, consumo energético y de materiales, subida del nivel del mal, tendencias de las temperaturas, derretimiento del hielo de los glaciares y del ártico, cantidad de plástico en el mar, etc. Los cálculos y las mediciones son consustanciales al Antropoceno. ¿Cómo puede el arte enfrentarse a ellos? Y más en general, ¿cómo tratar en esta época con la “objetividad científica” desde un punto de vista artístico y social? Hay que conseguir que el conocimiento científico dialogue con otras clases de conocimiento que también pueden ser valiosos y respetables. No solo eso: el conocimiento así obtenido es ya parte de un hacer, de una intervención en el mundo, y debe volcarse en la acción.

– Hay que imaginar de nuevo, pero con mesura, sin apresuramientos, el “sujeto revolucionario”, ahora en el contexto de la Tierra: lo subjetivo dentro de lo geológico.

Así pues, en el Antropoceno el arte (que así lo quiera) denunciará el estado de cosas existente de manera sofisticada, entremezclándose a tal fin con los estudios científicos, con las meditaciones filosóficas, con los análisis éticos, políticos y sociales. Esa mezcla no debe impedir que el arte mantenga su carácter distintivo, que lo proteja de la inútil moralina de los eco-integristas, del recalcitrante positivismo científico o de una especulación pseudo-filosófica carente de consecuencias prácticas. Por cierto que no bastará con la denuncia y la crítica, por muy bien establecidas y demoledoras que puedan llegar a ser. Desde este instante, la comunidad artística comprometida con la realidad ecosocial ha de buscar una comprensión de la condición antropocénica, tanto como esforzarse en transmitir lo comprendido a su público. No solo eso: en la medida de sus posibilidades, las prácticas artísticas habrían de ahondar en su cooperación en la búsqueda de los cursos de acción que contrarresten las peores tendencias antropocénicas y que creen esperanza en otro futuro, por más difícil de imaginar que ahora nos resulte.

 

Referencias:

Jamie Lorimer: “The Antropo-scene: A Guide for the Perplexed”, Social Studies of Science 2017, Vol. 47(1) 117–142.

Para profundizar en el tema, véase el texto introductorio de Heather Davis y Etienne Turpin, “Art & Death”, en el libro por ellos editado: Art in the Anthropocene, Open Humanities Press, Londres, 2015. Los textos que integran esta obra abordan desde diferentes perspectivas lo que significa plantear un arte del y para el Antropoceno.

También es de interés la colección de ensayos contenidos en el libro Humanidades ambientales. Pensamiento, arte y relatos para el siglo de la gran prueba, coordinado por José Albelda, José María Parreño y J.M. Marrero (Madrid, Catarata, 2018). Varios de los capítulos se centran en conceptos y prácticas relativas al “arte ecológico”, “arte para la transición ecológica o transición a la sostenibilidad”, “arte colaborativo” y otras denominaciones empleadas para referirse al arte de temática ecológica o comprometido con la causa ambiental.