(Imagen: cromaconceptovisual/Pixabay)
Reflexionemos brevemente acerca del significado ecosocial del virus, es decir, lo que puede representar en el marco más amplio de las relaciones entre la sociedad y la naturaleza. Desde este punto de vista, el concepto de Antropoceno nos puede resultar revelador. El Antropoceno es la constatación de una nueva época geológica, en la que las actividades humanas modifican todas las dimensiones de la realidad planetaria. El ser humano se habría convertido en una fuerza que altera de manera irreversible los ciclos naturales, de los elementos vivos y de los inertes. En otras palabras, se perturba el sistema Tierra en su conjunto: el suelo, subsuelo, ríos, lagos, mares y por supuesto, la atmósfera, como el problema del cambio climático nos muestra en toda su crudeza. Los expertos han ido asumiendo esta idea del Antropoceno, a falta de su aprobación oficial por un comité de Geología. Lo más importante del Antropoceno es que muestra el embrollo de las interconexiones cada vez mayores entre las actividades del ser humano y las dinámicas naturales.
Pues bien, el coronavirus es un virus del Antropoceno. ¿Qué significa esto? En primer lugar, que es un virus cuya extensión mundial se ha propiciado por la invasión sin tregua de zonas salvajes, el incremento de la presión humana sobre los ecosistemas, la cruel concentración de millones de animales, el estrés causado a los mismos, el tráfico descontrolado de especies y el consumo de animales salvajes. A todo esto, que resulta penoso, hay que añadir la altísima movilidad de las sociedades actuales, que permite que los virus se desplacen en avión a gran velocidad. El mejor ejemplo de dicha movilidad excesiva es el turismo de masas, que favorece una cantidad ingente de tales desplazamientos rápidos. El cambio climático de origen antropogénico hace que se eleven las temperaturas. Se facilita así que determinadas enfermedades contagiosas presentes en climas cálidos vayan desplazándose hacia latitudes que hasta hace poco estaban “a salvo”. Todo lo expuesto ya lo sabíamos antes de la pandemia, o nos hemos ido enterando durante el confinamiento. Además, se puede dar el fenómeno inverso: es decir, enfermedades que provengan no del sur, sino del norte. En los últimos años, los científicos están advirtiendo que el cambio climático está derritiendo los suelos del permafrost, la capa de suelo congelada de manera permanente (o al menos así era hasta ahora) en las regiones septentrionales del planeta. Como consecuencia, se liberan virus y bacterias antiguos que permanecían latentes y que pueden volver a la vida. No es el caso de este virus en particular, pero sí podría ser la causa de la próxima pandemia. No se trata solo de que la acción humana a gran escala haya propiciado muy probablemente el surgimiento y la transmisión del coronavirus. Hay un significado menos evidente del “virus del Antropoceno”: estamos interfiriendo cada vez más en los procesos naturales. Al mismo tiempo, nos estamos dando cuenta de que no los controlamos tanto como creíamos. Por fortuna, la ciencia y la tecnología modernas nos están ayudando a lidiar con este y otros virus y bacterias peligrosas para nuestra salud. Sin embargo, supone un exceso de vanidad suponer que nuestra civilización tecnológica puede con todo. Entre otras muchas cosas, el virus debería representar una cura de humildad para nuestra visión del mundo y de nosotros mismos.