Antropocenistas

En una entrevista realizada en 2013, el científico que popularizó el término “Antropoceno” se definía a sí mismo como “antropocenista”. Paul Crutzen contaba que en los inicios de su carrera, alrededor de 1970, el medio ambiente no se encontraba en la lista de sus intereses. “Los científicos en general no mostraban mucho interés en el medio ambiente por entonces. El sentimiento general en ese tiempo era: ‘¡la naturaleza es tan grande y la humanidad tan pequeña!’ Quizás el darme cuenta de que esta suposición era errónea me convirtió en un ‘antropocenista’ (anthropocenist) […] cuarenta años después” [1]. En este sentido, un antropocenista sería cualquiera que fuera consciente de la existencia de la realidad abarcada por el término “Antropoceno”. Ahora bien, existe otra posible interpretación. Es la que formula uno de los más eminentes biólogos de todos los tiempos, que vive todavía en el momento en el que se escriben estas líneas: Edward O. Wilson. Reputado entomólogo y uno de los padres de la polémica “sociobiología”, Wilson ha denunciado con un tono de gran inquietud a los “antropocenistas”. Junto con los “entusiastas de la desextinción y los derrotistas del fin de la naturaleza” ocasionarían un gran daño a la defensa de la biodiversidad[2]. En Medio planeta, su última obra, tras describir en los términos más dramáticos la extinción de numerosísimas especies y otros graves problemas ecológicos, Wilson se encara con lo que denomina “la cosmovisión más peligrosa”. Es la ideología que, a su juicio, adoptan los “entusiastas” u “optimistas” del Antropoceno:

“Una minoría cada vez más numerosa cree que la humanidad ya ha cambiado el mundo vivo de manera irreversible y que debemos adaptarnos a la vida en un planeta dañado. Unos cuantos de los revisionistas recomiendan la adopción de una visión antropocénica extrema del mundo en la que los humanos dominan la Tierra por completo y las especies y ecosistemas se conservan en función de su utilidad para nuestra especie.”[3]

Sin embargo, esta “cosmovisión” o “ideología” es valorada en términos opuestos, y hasta de lo más risueños, por quienes depositan su fe en las modernas tecnologías. La meta última es el desarrollo a gran escala de una serie de proyectos que hagan del Antropoceno un paraíso en la Tierra, en lugar de representar algo parecido a un infierno; o expresado menos retóricamente: una época en la que a nuestra especie le resulte placentero vivir, en vez de los tiempos duros que otros, como ya hemos visto, presagian.

El historiador israelí Yuval Noah Harari escribió en 2014 un bestseller titulado Sapiens, publicándose un año después su continuación, Homo Deus[4]. El primero narraba la historia de la humanidad desde sus inicios hasta el presente. De hecho, finalizaba aventurándose brevemente en el futuro próximo. El segundo aborda de lleno ese futuro a partir de los datos proporcionados por la realidad presente. Los tonos en los que Harari lo pinta pueden considerarse optimistas y hasta entusiastas, si bien asimismo cabría vislumbrar en ellos un panorama más sombrío. Al menos se presta a la ambivalencia, dado que vaticina una transformación tan profunda de la humanidad que ésta se tornará irreconocible, o dicho con más precisión, los que nos sigan no verán en nosotros sus iguales, sino unos ancestros extremadamente primitivos con los que poco o nada tendrán que ver. Harari augura la llegada del Homo Deus, un ser humano equiparable a un dios, tan poderoso como para poder hacer frente a la infelicidad, la vejez o incluso a la muerte. El discurso de Harari, decididamente transhumanista, constata el advenimiento del Antropoceno como un hecho consustancial a la evolución de nuestra especie y su expansión planetaria, desde los cazadores-recolectores hasta la actualidad, pasando por la revolución agrícola y la domesticación[5]. No es que Harari se muestre de acuerdo con todas las prácticas humanas que nos relacionan con el resto de los seres vivos. Entre otras cosas es un acerado crítico de las condiciones en las que se mantienen millones de animales domésticos. Lo que ocurre es que da por sentado que, salvo catástrofe inesperada (el “típico” asteroide impactando sobre la Tierra) o auto-aniquilación de la especie, nos encaminamos hacia una situación irreversible en la que el ser humano no solo prevalecerá sobre el mundo natural, sino que seguirá evolucionando por medios tecnológicos hasta niveles prácticamente inconcebibles para la mente de quienes existimos en estos tiempos.

Hay otros autores mucho más merecedores del calificativo de “antropocenista” que Harari, quien, al fin y al cabo, como buen historiador, conoce a la perfección todas las formas en las que las cosas pueden ir mal en las sociedades humanas[6]. Un buen ejemplo es el de Erle C. Ellis, profesor de geografía y sistemas ambientales en la Universidad de Maryland. Ellis pertenece al “laboratorio de ecología del paisaje antropogénico”, un extraño pero revelador nombre. En efecto, la especialidad de Ellis no es la naturaleza salvaje –en caso de que perdure en algún lugar–, sino un paisaje transformado por la acción humana. Pues bien, Ellis escribió ya en 2009 “Dejen de intentar salvar el planeta”[7] , un artículo de opinión en el que afirmaba cosas como las siguientes: “La naturaleza se ha ido. Se fue antes de que nacieras, antes de que tus padres nacieran, antes de que llegaran los peregrinos, antes de que se construyeran las pirámides. Estás viviendo en un planeta usado”. Y continúa: “Si esto te molesta, supéralo. Ahora vivimos en el Antropoceno –una época geológica en la que la atmósfera, la litosfera y la biosfera de la Tierra son conformadas primariamente por fuerzas humanas.” Después Ellis concede que la naturaleza todavía “está alrededor”, pero lo que hace es molestarnos con desastres naturales de tiempo en tiempo. Está presente en el fondo, pero no se encuentra en posición de tomar el volante. Ese trabajo es el nuestro ahora. Así que no debemos echarle la culpa a la naturaleza por el calentamiento global, el aumento del nivel del mar, las especies invasoras, la extinción masiva, los fallos en las cosechas o la pobreza. Todo eso es cosa nuestra.

Ellis ha publicado un considerable número de textos en los que se refleja su principal objetivo, que –como consta en su sitio web[8]– es el de la administración (stewardship) sostenible de la biosfera en el Antropoceno. (Más adelante tendremos ocasión de citar algunos.)

Otro ejemplo destacado de optimismo del Antropoceno es el que muestra el Breakthrough Institute, que publicó en 2015 un “manifiesto ecomodernista” donde reivindicaba un “Antropoceno bueno”[9]. Este instituto se presenta como un centro de investigación que identifica y promueve soluciones tecnológicas para los desafíos ambientales y del desarrollo humano. Su propuesta es la de desacoplar (decoupling) al máximo las necesidades humanas de los servicios proporcionados por los ecosistemas y otros elementos naturales apostando decididamente por las innovaciones tecnológicas.

Aunque el manifiesto sugiere proteger el mundo natural haciendo que disminuya drásticamente nuestra dependencia de él, la mayor parte de los antropocenistas sostienen enérgicamente que la naturaleza salvaje es prácticamente un recuerdo del pasado y que la tierra ha sido “humanizada” de manera irreversible. Ya que ese parece ser, para bien o para mal, su destino (y el nuestro), hay que “administrarla” lo mejor posible, empleando todos los medios que se encuentren a nuestro alcance. Con otras palabras, se trata de conducir el proceso de domesticación comenzado por nuestros ancestros hace muchos miles de años hasta sus últimas consecuencias y domesticar el planeta entero con el fin de ponerlo a nuestro servicio… o al menos intentarlo[10].

 

Notas

[1] La entrevista se titula “A huge variety of possibilities: Interview with Nobel Laureate Paul Crutzen on his life, his career in research, and his views on the Anthropocene idea.” Se encuentra disponible en:

http://www.environmentandsociety.org/exhibitions/anthropocene/huge-variety-possibilities-interview-nobel-laureate-paul-crutzen-his-life.

[2] En su más reciente obra: Medio planeta: La lucha por las tierras salvajes en la era de la sexta extinción, Errata naturae editores, Madrid, 2017 (ed. orig. 2016). Véase especialmente el capítulo 9 de la primera parte. Lamentablemente, la referencia a los antropocenistas (“anthropocenists”) se pierde en la traducción castellana, ya que el neologismo es sustituido por la expresión “ideólogos del Antropoceno” (p. 184).

[3] Edward O. Wilson, Medio planeta, p. 103.

[4] Yuval Noah Harari, Sapiens: De animales a dioses, Debate, Madrid, 2016 (ed. orig. 2014); Yuval Noah Harari, Homo Deus: Breve historia del mañana, Debate, Madrid, 2016 (ed. orig. 2015).

[5] Yuval Noah Harari, Homo Deus, capítulo 2.

[6] Véase su libro 21 lecciones para el siglo XXI, Debate, Madrid, 2018.

[7] Erle Ellis, “Stop Trying to Save the Planet”, Wired, mayo 2009. Disponible en https://www.wired.com/2009/05/ftf-ellis-1/.

[8] http://ecotope.org/people/ellis/

[9] El sitio web del instituto es https://thebreakthrough.org/. El manifiesto está disponible en http://www.ecomodernism.org/.

[10] Véase también Michael Shellenberger y Ted Nordhaus, eds., Love your monsters: Postenvironmentalism and the Anthropocene, The Breakthrough Institute, 2011. Esta obra sin embargo contiene algunas contribuciones, como la de Bruno Latour, que no pueden calificarse de antropocenistas en el sentido (peyorativo) que le da Wilson.