Viviendo en el Antropoceno

Tanto el cambio climático producido por los gases de efecto invernadero como la reducción continuada de la biodiversidad –que conduciría a la “sexta extinción masiva”–, además de otros muchos hechos indeseables que están teniendo lugar a lo largo y ancho del planeta, son consecuencia de la acción directa o indirecta del ser humano. Oficialmente continuamos en el Holoceno, dado que esta nueva época todavía no ha sido reconocida por los geólogos. Debe ser aprobada formalmente por la Comisión Internacional de Estratigrafía y la Unión Internacional de Ciencias Geológicas, pero lo cierto es que el uso del término va ganando aceptación y extendiéndose con rapidez en los países occidentales, como atestiguan los debates que se producen en los contextos tanto académicos como de la cultura popular.

Mientras, continúan los trabajos de la Comisión Internacional de Estratigrafía para concretar la propuesta sobre el Antropoceno. Para ello se requiere aprobar el inicio exacto del mismo en términos geológicos. Es lo que se conoce como “Sección Estratotipo y Punto de Límite Global”, que se materializa en un “clavo dorado” (golden spike) que se clava en el punto apropiado de los estratos. Para enredar más la situación, en julio de 2018 la Unión Internacional de Ciencias Geológicas subdividió el Holoceno en tres edades, de la cual la más reciente sería la “Megalayense” o “Meghalayense” (“Meghalayan” en inglés, en referencia al estado de la India donde se sitúa el registro fósil que sirve para identificarla). Esta edad comenzó hace 4.200 años AP (es decir, antes del presente, que se situó en 1950) y continuaría en la actualidad. La edad comenzó con una larga y grave sequía que impactó en las civilizaciones humanas, causando su colapso y grandes migraciones en Egipto, Grecia, Siria, Palestina, Mesopotamia, el Valle del Indo y el Valle del Yangtsé.

Las controversias científicas sobre la identificación del lapso geológico en el que nos encontramos y sobre el impacto de nuestra especie en el planeta, las noticias aparecidas en los diversos medios de comunicación sobre diversos desastres ecológicos o los debates políticos sobre el futuro de la sociedad recogen la preocupación creciente por elaborar un nuevo relato, por hallar sentido a un mundo en el que la historia natural (la historia de la vida en la Tierra) y la historia humana se funden en una sola. Todavía no sabemos bien cómo escribir esta narración. Constituye, en todo caso, la nueva “condición antropocénica” de la humanidad.

¿Por qué tomarse tan en serio esta nueva palabra entre otros muchos neologismos? ¿Qué es tan importante del Antropoceno en contraste con épocas pretéritas? Como primera aproximación, digamos que el significado del Antropoceno resulta de dos clases de fenómenos que ya conocíamos bien, pero que ahora se combinan para formar una realidad totalmente nueva e incierta. Por un lado, tiene lugar la lenta acción de los agentes geológicos, como el movimiento de las placas tectónicas, que provoca erupciones y terremotos; o el mar, la lluvia, el hielo y el viento, que ocasionan los efectos de la erosión o la sedimentación. Por otro lado, está la acción humana de modificación del entorno, ya sea en el sector agrícola, urbano o industrial. Entre otras muchas actividades, citemos la explotación intensiva de los recursos pesqueros, el clareo de zonas boscosas con el objetivo de plantar especies vegetales comestibles o para la obtención de madera, la creación de asentamientos e infraestructuras, el control de los cursos fluviales y de las cuencas hidrológicas o las emisiones contaminantes de automóviles y fábricas.

Tradicionalmente se ha dado por sentado que los efectos del trabajo humano en el suelo, el agua o la atmósfera eran insignificantes en relación al tamaño de la Tierra y a la magnitud de los procesos naturales. En cambio, ahora tenemos razones para pensar que no es así. Y lo que es todavía más importante: si el ser humano se ha convertido en el mayor agente de cambio del planeta, el principal problema es que está haciendo que ese cambio se acelere lo indecible si lo comparamos con la relativa lentitud de los agentes naturales, cuya acción requiere de lapsos de tiempo por lo general extensísimos, difíciles de imaginar por la mayoría de nosotros, ya que exceden con mucho la escala en la que tiene lugar el devenir histórico. El tiempo geológico está siendo alterado por el curso vertiginoso de nuestra historia. Para describir este fenómeno se podría usar un neologismo y constatar simplemente que hemos entrado en la “geohistoria”. Por supuesto, la naturaleza tiene una capacidad inmensa de regeneración y de estabilización. En otras palabras, es posible que las causas que están provocando estas dinámicas desestabilizadoras encuentren otras que se les opongan, de modo que se arribe a un nuevo estado de cierta estabilidad, aunque no sería un estado idéntico al del punto de partida, como tampoco sería permanente. Desgraciadamente, los procesos de recuperación naturales pueden llevar décadas, siglos o milenios. Estos períodos de tiempo son demasiado largos para los seres humanos individuales o incluso para sus sociedades. Estimar que probablemente la Tierra puede eliminar los altos niveles de dióxido de carbón de la atmósfera en alrededor de 100.000 años no es un consuelo ni para los seres humanos ni para muchas especies de seres vivos que se extinguirán mucho antes.

El inicio del Antropoceno: varias opciones

Comúnmente, se proponen tres fechas de comienzo del Antropoceno: hace entre 10.000 y 12.000 años, la segunda mitad del siglo XVIII y 1950.

El primer periodo, muy amplio, hace referencia a la revolución neolítica. Los seres humanos iniciaron una cultura sedentaria, con el desarrollo de la agricultura y ganadería a gran escala, la tala de bosques y la aceleración de la extinción de especies, que ya había comenzado sin embargo miles de años antes, especialmente por lo que se refiere a los grandes animales.

La segunda fecha (entre 1750 y 1800) marca el inicio de la revolución industrial, con la emisión masiva de hollín a la atmósfera, la contaminación cada vez mayor del agua, el suelo y el aire, el crecimiento acelerado del tamaño de las ciudades o la creciente destrucción de hábitats, todo ello procesos que continuaron y se intensificaron tremendamente con las siguientes revoluciones industriales en los siglos XIX y XX.

La fecha más reciente (1950) corresponde a la emisión de elementos radioactivos que se fueron dispersando por el planeta debido a los ensayos con armas nucleares. También se habla de 1945, cuando tuvo lugar la primera detonación de una bomba atómica: el inicio de la por unos años llamada “era atómica” 

No es casualidad que a mediados del siglo XX sea cuando se produce la “gran aceleración”, el momento histórico en el que la actividad humana cobra una velocidad cada vez mayor, disparándose la población mundial, así como el empleo de energía y de materias primas en la producción industrial, la agricultura, el transporte, las telecomunicaciones y resto de actividades. Es importante comprender que la gran aceleración ha ocasionado transformaciones intensas en el estado y funcionamiento del planeta, alteraciones no atribuibles (o no tan sólo achacables) a la dinámica de los procesos naturales.

Una cuarta propuesta de inicio del Antropoceno es el año 1610, que indicaría el punto más bajo de concentración de dióxido de carbono en la atmósfera antes de la trayectoria de calentamiento actual (una evidencia capturada en el hielo Antártico), y cuyos sedimentos geológicos serían una señal del “intercambio colombino”. Por tal se conoce el proceso que tuvo lugar tras la llegada de Colón a América. Ello condujo en décadas y siglos posteriores a la primera globalización de la economía. Supuso la extensión del comercio y el intercambio masivo de especies animales y vegetales, pero también la propagación de enfermedades a través del océano. 

La propuesta es de Simon L. Lewis y Mark A. Maslin (véase por ejemplo, The Human Planet. How We Created the Anthropocene, Pelican, Londres, 2018), quienes argumentan que las enfermedades llevadas al nuevo mundo por los conquistadores crearon una mortandad que superó la enormidad de 50 millones de personas. Como consecuencia, la agricultura se abandonó por un tiempo, lo que llevó a la extensión de los bosques, que a su vez captaron dióxido de carbono en grandes cantidades, enfriando el planeta. Este es un trágico ejemplo de las intrincadas conexiones entre la dimensión histórica humana y la geológica que representa el Antropoceno.

Indicadores del Antropoceno

Algunos indicadores relevantes para el Antropoceno serían la polución de los plásticos (incluidos los microplásticos que flotan en los océanos), las emanaciones provenientes de fábricas y centrales eléctricas, el empleo generalizado del aluminio y del hormigón, los cambios en los cursos de los ríos y en los deltas, el ciclo del nitrógeno, la erosión provocada por la deforestación, la emisión de carbono a la atmósfera. Incluso los huesos dejados por los muchos millones de animales domésticos sacrificados cada año, algo aparentemente tan poco significativo, adquiere relevancia geológica en los estratos que se están creando a día de hoy. Por supuesto, el efecto más grave y conocido sería la alteración del clima del planeta, que es resultado de muchos de estos procesos y que a su vez, a menudo, los agrava.

Cualquiera que sea la fecha de inicio propuesta o los indicadores más relevantes, el término “Antropoceno” ha surgido para designar un periodo de la historia de la Tierra en el que los seres humanos se han erigido en una influencia decisiva en el estado, dinámica y futuro del sistema biofísico que constituye la realidad planetaria.

En la siguiente tabla se recogen algunos datos sobre procesos socioambientales que se suelen asociar con el Antropoceno.

Distribución de la biomasa

0.01 % Población humana en relación a la biomasa total del planeta; plantas: 82%

Mamíferos: humanos (30%-36%), ganado (60-67%%), especies salvajes (3%-4%).

Aves domesticadas (70%), especies salvajes (30%)

Extinción o declive de las poblaciones de especies (relacionada con la actividad humana)

La tasa de extinción ha aumentado por 1000 desde que los seres humanos surgieron en el planeta.

Representa el 83% de los mamíferos terrestres, 80% de los mamíferos marinos y 50% de las plantas.

Disminución: 33% de vertebrados terrestres; casi el 50% de las especies de mamíferos han perdido más del 80% de su distribución entre 1900 y 2015; el 50% de todos los animales individuales ha desaparecido desde 1970.

En los últimos 40 años las poblaciones de peces, anfibios, reptiles, aves y mamíferos se han reducido en una media del 58%.

Uso del suelo

40-50% de la superficie terrestre libre de hielo para uso agrícola, silvicultura y asentamientos humanos

11% del total de la superficie terrestre para cultivos y 25% para pastos

Del 2 al 10% empleada en gestión forestal

Del suelo no empleado en usos intensivos alrededor del 50% se encuentra alterado por la extracción de combustible y minerales, caza, pastoreo, contaminación y otras influencias humanas locales.

Urbanización e infraestructuras

Entre el 1 y el 3% de la superficie terrestre.

Las actividades humanas mueven más suelo, roca y sedimento cada año que el conjunto de todos los otros procesos naturales. La cantidad de hormigón producida es suficiente para cubrir la superficie del planeta con una capa de dos milímetros de grosor.

Deforestación Los árboles se han reducido a la mitad desde los inicios de la agricultura
Agricultura, ganadería y pesca

Se producen anualmente 4.800 millones de cabezas de ganado y aproximadamente la misma cantidad de toneladas de cinco cultivos (caña de azúcar, maíz, arroz, trigo y patatas).

Se extraen 80 millones de toneladas de peces al año de los océanos, y una cantidad similar se cría en piscifactorías.

Agua

60-75% se destina a irrigación de campos de cultivo

Menos de un tercio de la cantidad de agua dulce es accesible a los seres humanos, que usan casi la mitad del total del agua dulce disponible.

En las zonas costeras, 245.000 kilómetros cuadrados son zonas muertas debido a los bajos niveles de oxígeno.

Temperatura promedio de la superficie terrestre (calentamiento global antropogénico)

En la actualidad es superior a las registradas en los últimos 10.000 años (Holoceno).

Se ha incrementado entre 0.8ºC (grados centígrados) y 1.2ºC desde los niveles preindustriales.

Se espera alcance los 1.5ºC entre 2030 y 2050.

Emisiones de dióxido de carbono

Las emisiones de CO2 han aumentado en un 44% desde los comienzos de la Revolución Industrial.

China emitió un total de 10.500 millones de toneladas de CO2 (7,6 toneladas per cápita); USA, 5.300 toneladas (16,7 t.p.c); India, 2.300 millones (1,6 t.p.c)

(datos referidos al año 2014).

En algunos países africanos 100 personas emiten menos CO2 que un ciudadano estadounidense medio.

Nitrógeno El usado para fertilizantes fija 115 millones del nitrógeno atmosférico al año. Gran parte del mismo acaba en el mar. Del 3 al 5 por ciento de la producción mundial de gas y entre el 1 y el 2 por ciento del suministro anual de energía se consume al fijar el nitrógeno para uso humano.
Materiales sintéticos

Hay más de 170.000 sustancias sintéticas, en comparación con unos 5.000 minerales “naturales”.

Los materiales plásticos exceden la biomasa humana, habiendo pasado de una producción anual de dos millones de toneladas en 1950 a 300 millones en 2015.

La producción total de plástico permitiría envolver la superficie completa de la Tierra en una capa de plástico fino.

Para 2050 se estima que el peso de los plásticos en el océano sobrepase al de los peces.

Energía Un norteamericano promedio consume unos 10.000 vatios en su vida diaria, equivalente a multiplicar por 5 la cantidad empleada por un agricultor preindustrial.
Transporte Unos 1.300 millones de automóviles en 2015.

Tabla 1. Algunos procesos socioambientales relacionados con el Antropoceno

Fuente: José Manuel de Cózar, El Antropoceno. Tecnología, naturaleza y condición humana (Madrid, Los Libros de la Catarata, 2019), p.  29-30. La tabla fue elaborada a partir de datos recogidos en: Gerardo Ceballos, Paul R. Ehrlich y Rodolfo Dirzo, “Biological annihilation via the ongoing sixth mass extinction signaled by vertebrate population losses and declines, PNAS Julio, 2017; Yinon M. Bar-On, Rob Phillips y Ron Milo,The biomass distribution on Earth”, PNAS, Mayo, 2018; Erle C. Ellis, Anthropocene. A Very Short Introduction, Oxford University Press, Oxford ; IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático), Special Report Global Warming of 1.5º C, 2018; Simon L. Lewis y Mark A. Maslin, The Human Planet. How We Created the Anthropocene, Pelican, Londres, 2018. 

Una crisis con muchas caras

La influencia del ser humano en el planeta no se plasma tan solo en la forma de una grave crisis ecológica. La combinación de la acción de los procesos naturales y los antrópicos –los que son responsabilidad nuestra– da lugar a tres crisis interrelacionadas: ecológica, económica y política. Las tres crisis tienen en común la otrora creencia en un sistema estable, sistema que se ha vuelto inestable y que se encamina tal vez hacia el colapso. El punto de vista del Antropoceno nos ayuda a percibir con más nitidez la profunda interconexión que existe entre estas crisis. Los fenómenos que se describen no son puramente ecológicos, económicos o políticos, sino que presentan en su mayor parte un carácter híbrido: en un grado u otro constituyen una realidad nueva. Son el producto de la combinación de procesos de los que pensábamos, hasta muy recientemente, que trascurrían por sendas separadas. Aquí uso la expresión “crisis ecosocial” para intentar aludir, siquiera imperfectamente, a esta nueva realidad.

Claramente, el cambio climático es el ejemplo perfecto de la nueva realidad híbrida, antropocénica. Tomemos el caso de los fenómenos climáticos extremos. Desastres naturales como los producidos por los huracanes ya existían desde siempre, pero son potenciados por el cambio climático. Es un fenómeno aparentemente natural tras el que se esconden una multitud de causas. Muchas de ellas son por supuesto de orden físico y químico (como los ciclos del carbono o la actividad solar, etc.), mientras muchas otras son demográficas, económicas, políticas o sociales. Hay incluso factores cognitivos. Nuestras limitaciones como especie para percibir y comprender efectos a una gran escala espacial y temporal, entre otras razones, hacen que la mayoría no nos preocupemos lo suficiente como para presionar a los líderes políticos a fin de que tomen las decisiones adecuadas, aunque sean incómodas o hasta dolorosas. Aun en el caso de que nos preocupemos, nos puede invadir un desánimo paralizante, un sentimiento de impotencia y hasta de negación ante la magnitud de las fuerzas en juego, tanto humanas como naturales.

En esta compleja situación destacan:

los impactos positivos e indeseados de las nuevas tecnologías;

– el enfrentamiento entre posturas antropocenistas (a favor de un «Antropoceno bueno») y misantropocénicos (catastrofistas, o simplemente quienes temen un Antropoceno malo).